Lizette Arditti Sirotcky
Testimonios
LIZETTE ARDITTI
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Los viajeros de sombra y luz de Lizette Arditti caminan por un mundo milenario, prendidos en un momento arquetípico por la mirada alucinada de la artista. Lizette impregna sus colores y texturas de una luz trabajada con amor y conciencia, y nos entrega en estos cuados un testimonio de persistencia de lo efímero: estos viajeros han tocado sus paisajes y territorios, y las huellas de sombra y luz que dejan a su paso transforman irremediablemente el mundo.
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Ricardo Vinós
Verano de 1982
​PRESENCIA DE LIZETTE ARDITTI
Revelar sus deslumbramientos internos, un mundo femenino que en continua renovación y enfrentamiento asume su especificidad, es lo que empeña a Lizette Arditti en esta selección de óleos en Tepoztlán durante 1988.
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Sin concesiones narrativas, austera, Lizette Arditti maneja su espacio plástico como un tesoro: sus deslumbramientos son su riqueza, una suma de experiencias, ninguna de ellas gratuita. Por eso nada será mentiroso ni accesorio. No hay alardes. La mayor parte del tiempo un tono menor de intensa carga dramática.
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Lo permitido y lo vedado, la realidad tangible y la realidad de los sueños -territorio del mito femenino- cohabitan. Pintura de revelación, donde el juego entre lo místico y lo erótico, esa delicia que las mujeres negamos, aparece de pronto y nos deja callados. Y junto a ese silencio y sus alusiones, están los retratos, ese pretexto de la imagen.
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En los retratos la pasión y el desborde se controlan. Las nubes en done se sitúan estos personajes sugieren distancias, pero lo más importante, distanciamiento, imposibilidad de comunicarse, soledad. Tal vez la constante en este trabajo, su revelación no deseada, sea la soledad. Soledad en medio de la cual los seres y el paisaje tepozteco evolucionan.
Una armonía de notas delicadas donde ella no penetra. Es invitada, es espectadora; atisba, intenta pro no penetra ni posee, jamás trasciende la calidad de invitada a un momento de la vida de estos seres que pasa por su lado como nubes. Crueles retratos internos, a los que otorga acusación dramática justamente el tono pastel, los rosas, su cuidada elaboración de tiempo suspendido.
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Sus paisajes son zonas privadas, pertenecen a un recuerdo, a alguien que está ausente. Aquí, la melancolía es un estado de reposo, una consecuencia.
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Sin encantos fáciles la pintura de Lizette Arditti tiene algo poco común para un pintor joven; una propuesta: el vuelo libertario que la ilumina.
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Eugenia Echeverría
Tepoztlán 1988
LOS MISTERIOS DE LA MUJER
El paisaje de Tepoztlán es el escenario de los retratos.
Hasta aquí han llegado: son la hija, la hermana de alguien, un hombre moreno con quien alguna vez hemos viajado en el autobús. De pronto resultan ser gente de la que uno sabe demasiadas cosas, antiguos conocidos, lazos de parentesco espiritual nos atraen hacia su imagen detenida en tonos pastel.
¿Es esa la impudicia del retrato, la transgresión de los secretos personales? En esta sociedad de pautas discretas, ¿está bien inquietarse, especular acerca de esa niña reclinada contra la columna de madera, demasiado cercana debido a las complejidades que el pincel de Lizette Arditti le revela? ¿es correcto codiciar el candor que nunca tuvimos, el suave tránsito de Eva Camila?
El retrato ha llegado a ser, en la obra de Lizette Arditti, el espacio de su sinceridad. La intuición del otro y la revelación del otro.
La imagen nombra y obliga a ver.
El cuidadoso diseño y la reducida cantidad de motivos que vuelven con frecuencia de un cuadro a otro -dan cuenta de la coherencia alcanzada en estos últimos años del quehacer plástico cotidiano y extasiado. Señalan la fuerza de su coherencia en una actitud casi ascética. No toleran lujos ni retórica. Como si un ordenamiento, como si una empecinada actitud de depuración personal la llevaran de la mano.
Eugenia Echeverría
JARDIN BORDA, INSTITUTO DE CULTURA DE MORELOS, CUERNAVACA MOR.
HECHO EN TEPOZTLÁN
“Lizette rastrea lo inefable en la bruma del instante, cuando el sol se vuelve abstracto encanto y concreto desenlace, cuando el momento es plenitud de la memoria, de la percepción y del encanto, cuando las huellas de los años vividos, de las heridas recibidas y de las victorias festinadas culminan en aliento para el nuevo planteamiento y la renovada energía en el color y la figura”....
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Alejandro Chao B. 2002
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MUSEO EXCONVENTO DE TEPOZTLAN, MOR
CUATRO PINTORES DE TEPOZTLÁN
“La búsqueda de lo real en la abstracción del pensamiento y en la acción dubitativa del lienzo, el pincel, la mano y la pintura; la búsqueda que sostiene la vista fija en el mundo que se desvanece y es absorbido en el amor; la búsqueda en las pequeñas minucias pasajeras que colman la eternidad del ser y el devenir en el aliento del trabajo ante la blancura del lienzo y el papel, ante la explosión cromática del agradecimiento”
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Alejandro Chao B. 2002
RECINTO DE LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DEL D. F.
LA LUZ QUE VIAJA EN EL VIENTO 2002-2003
“El afán de la pintora atrapar entre sus manos, y trazar en línea y color, la textura del aire, la del agua, la de las alborotadas nubes de atardeceres y amaneceres que manifiestan al espíritu; no en la bruma de la palabra llena de sentidos ni en el acabado naturalismo que retrata y precisa el mundo donde brilla el fuego y ennoblece la conciencia; sino en la verdad acidulada, a veces tormentosa de la cotidiana circunspección, templanza, asiduidad y reverencia, que se asoma a la ventana...”
Alejandro Chao B.
ESPEJOS DE PAPEL
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Lizette: Hemos compartido un tiempo de agua
De integridad, certidumbre, afecto y trabajo.
Pudimos favorecer la aparición de una atmósfera,
Sustantiva, creativa y honesta.
Fue un tiempo de riesgo y desafío
Lizette: Lograste engendrar el cultivo,
Concluir este periodo fecundo.
Aquí están tus “espejos de papel”
Acuarelas sobre papel algodón
Que son como trozos de espejos,
Que reflejan nuestra naturaleza humana.
Espejos de agua, que conmueven nuestros fondos
Sensibles, nuestros puertos de luz liquida,
reflejos que revelan nuestra imagen fragmentada.
Faros de color que trazan puentes sobre el abismo del presente
En un tiempo vertical e intransferible
Donde no hay retorno
Salto al vacío, vértigo de colores
Contrastes polares, precipicios en la existencia, insustituible de ser ella misma
Presente que no se ensaya
En el que Lizette escoge su propio destino
Sin amarras a puertos conocidos
Desde la existencia total del presente
Intuición e inocencia, acción poderosa
Sin dudas o temores, dialoga con el accidente
Y se deja ser, en la voluntad del poder
En la entropía de la luz y el color
Que hacen estallar el tiempo en este presente sensitivo.
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Huascar Taborga
ESPEJOS DE PAPEL
ACUARELAS RECIENTES DE LIZETTE ARDITTI
No nos hallamos a cabalidad ante una o varias superficies que reverberan imágenes, ni el reflejo es de papel; sin embargo, sí flota en él, desde él, y fluye hacia el observador como un criptograma, un texto espiritual en clave, en cuyo ámbito termina él buscándose involuntariamente hasta, en el mejor de los casos, lograr vislumbrarse. Lo que habita esa cima o sima nunca deja de moverse. Su agitación sobre la hoja, primero, en nuestro interior, después, y, por último, transformada en virtud de esta otra imago mundi, regresa, hija pródiga, a su lugar de origen, en calidad ya de juego de espejos entre el espíritu creador y el recreador. A fin de cuentas, después de mucho mirar, el ojo se vuelve un espejo ustorio, con el que se obtienen temperaturas elevadísimas, reuniendo los rayos solares en su foco. Mas he aquí que es el interior que se enciende y, paradójicamente, el papel salva, funciona como tabla de salvación sobre la cual el artista ha dejado la huella de un quehacer humano, un oficio de pinceladas.
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La historia del arte es, en síntesis y casi por donde se la aborde, el descubrimiento gradual de las apariencias.
Partiendo de este postulado, la diferencia principal entre el arte antiguo y el moderno resulta un soltar amarras, una liberación del anclaje al mundo visible: por ello, en el caso del arte contemporáneo, se da por hecho que existen múltiples maneras de ver o leer un cuadro; de abrir la válvula, la maravillosa capacidad de observar, desde donde se quiera, la ambigüedad, característica definitoria e intrínseca del arte abstracto. Por fortuna, hoy podemos abandonarnos a una antes impensable variedad de interpretaciones. Todo esto siempre y cuando sea el placer estético en calidad de Diógenes quien llegue sin engaños a los que estamos de este lado recordándonos algo, sugiriéndoselo al buen entendedor.
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Ojo de la aurora, sin pupila; ojo solo, vista sola que ofrece el cuerpo de la nada; o que se abre paso dejando el color atrás, despojándose de tangibles y ponderables vestiduras, emergiendo como pura luz...
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¿Qué podría recordarnos? ¿Un sueño? ¿Una búsqueda o necesidad de un asidero, una orilla que auxilie y permita volver a respirar hondo? ¿Un perdón, una expiación? Y ya fuera máscaras, fuera generalizaciones, fuera inclusiones de todo mundo en todo el mundo, ¿qué me recordó? Un poema en torno al agua precisamente, que escribí hace muchos años, parte de la sección “Los elementos del corazón”, del libro Aurora, titulado “Agua”, y subtitulado “Mar adentro”:Te vi a lo lejos, desde muy lejos, pero no yacías en la barca, el horizonte. Caminabas, escondiendo algún destino. Tu expresión me era inconfundible. Tu manto de azafrán, una urna viva. Creí que me llamabas. Pasé los dedos por tu piel deseando guardarla en la memoria del corazón.
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Entre la niebla, tus párpados temblaron al sentirme. Y yo también. La rosa de los mundos giró hasta secarse. Se hizo luz. Ni una lágrima en sus pliegues. En su centro fresco, tu ojo espeluznante, lleno, por primera vez, de una ternura incontenible.
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Acababas de morir, aurora, en la noche oscura de mi cuerpo.
A mí en lo particular me remite a algo profundo, un organismo de palabras significante, significativo, el eco de una esfera de otro orden. A otros puede –y seguramente lo hará- insinuarles diversísimos sentimientos, acontecimientos, un sinfín de cuestiones felices o dolorosas, en virtud de lo que no necesita explicaciones (no debe tenerlas): el arte.
Volcán, inmensa boca, que grita e invade los aires todos, no sólo aquellos que lo circundan. Que convoca al agua para que sacie la sed, el ardor de la tierra.
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El artista, Lizette Arditti en este caso, reproduce la luz, cosa sumamente difícil si no se tiene con qué, y esto lo dan los años de cultivar no sólo un medio expresivo, sino la vía que éste ofrece hacia el interior, la verdad y la belleza, el bienestar y la miseria cara a cara, corriendo riesgos, aceptando desafíos, pese a que impliquen desafinación, caída personal, entrecomillado error; en una palabra, aflicción. Dependiendo del medio elegido para comunicar todo esto, el hacedor ofrecerá sus hallazgos de manera más o menos sutil. Aquí, la acuarela lleva el más por delante: al fluir suave aunque intensamente, entra a la esfera del tiempo y, a su modo, hace estallar el presente. Como si los elementos con que se mueve tuvieran conciencia propia, como si el ser humano fuera mero vehículo, conciencia a su vez, sí, pero de dimensiones distintas.
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Emily Dickinson poseía la palabra que tal pareciera que Lizette Arditti ha aprovechado en su pincel. Ambas comparten esa suerte de diálogo entre naturaleza y naturaleza humana:
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Creo que el agua es la raíz del viento,
no sonaría tan hondo,
de ser producto del firmamento,
aires de océano sin fondo.
Oye la marea, sopla,
mediterránea entonación.
Hay en la atmósfera sola
una marítima convicción.
¿Es el universo en sí quien entra en escena, gracias a una realidad que se ve a sí misma, se vuelve ella misma en otras, o es la luz quien entra en escena? Pienso que es lo segundo, algo avasallador. En virtud de la luz concebida como personaje absoluto, en cuya trayectoria todo va cambiando constantemente, las cosas se amoldan a su propio destino, a su propio tiempo.
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Quienes observamos somos, bien vistos, simples deuteragonistas cuyo papel –en el papel de Lizette Arditti- es abrir los ojos bajo el agua, irnos haciendo asibles o inasibles según decidamos representar nuestra vida con integridad, ofreciéndole a ésta un sentido por dentro. En otras palabras, estas acuarelas nos han arrojado un velo líquido encima para ayudarnos a asumir nuestros contornos verdaderos y, ya en virtud de una percepción pisciforme, reconocernos en sus espejos.
Pura López Colomé
SINCRONÍAS
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Sincronías de convergencias poéticas y polifónicas con las perturbadas formaciones rocosas de fractales que se deshacen y deslizan en el agua colorida de esperanzas y duelos acompañados por las rítmicas campanadas de aquellos pueblos alejados del ruido y apegados aun a la Tierra verdiazul sombreada por parvadas de sepias y dorados…
Sincronías de ramas floridas con los vientos generosos del Árbol de la Vida que vinculan al cielo de un cosmos integrado al dolor agudo de atisbar el inframundo donde los amados se diluyen, renacen, aparecen y se disuelven en giros sin meta y sin objeto, sin aquella precisión simbólica que requiere de la línea fina o de la sombra metafórica de volúmenes hundidos en dimensiones visionarias…
Sincronías de una Cosmovisión negativa que permite la aparición de paisajes que el alma de la niña conserva en la memoria junto al tránsito por las pruebas espinosas que brindan vida, muerte y el tierno renacer en las milpas y en los pinos de las montañas que dejaron lugar a un océano de alegría a contracorriente del Silencio ominoso que amenaza…
Lizette juega con divertimentos y Sincronías hasta caer dentro de sí misma para sorprenderse, contemplarse y manifestarse con ese atisbo velado y luminoso del abismo orgánico y del vacío inefable que la materia anhela desde el momento en que la hoja en blanco se llena con el clamor del color y de renovadas energías…
Bienvenidas sean las dulces y vehementes Sincronías del desgarramiento que conjura a las fuerzas poderosas del ensalmo en esa cima portentosa que implica la aceptación tranquila de la vida…
Alejandro Chao B.
MATICES DEL CAMINO
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¿Adónde llevan los caminos? -En sus obras recientes, Lizette Arditti no parece buscar respuestas a esa pregunta; no pinta destinaciones sino vistas en constante movimiento, como las que se abren ante los ojos del caminante sin rumbo preestablecido.
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La sorpresa, la luminosidad que es tanto espacio como forma, las subidas y bajadas de la intensidad cromática -y siempre las finas líneas que nunca se convierten en contornos, que nunca encierran nada sino que indican que por ahí se puede pasar, que estamos en camino y que nos esperan aventuras- estos son los elementos fabulosos -visual y anímicamente fabulosos- que más me deleitan en las obras de Lizette Arditti, además de la generosidad minuciosa, si se me permite decir así, de la factura.
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La idea del camino implica continuidad, pero pueden ocurrir accidentes: deslaves, obstáculos imprevistos y hasta rompimientos definitivos. En sus dípticos y polípticos, la artista hace uso de las posibilidades formales y colorísticas de estos desencuentros como recursos dramáticos adicionales; sobre todo en sus móviles tridimensionales, contruidos con bloques de madera pintados que el espectador puede colocar en diferentes ángulos los unos a los otros, produciendo planos de iluminación cambiantes e incoincidencias a su propio gusto.
Esta exposición, tan singular en todas sus facetes, requiere y merece el ejercicio total de nuestra capacidad de contemplación.
Roger von Gunten
"En la carne del mundo se desangran los dioses."
Antonio Colinas
"Vamos a tu poesía,
Del brazo de una noche totalmente encendida.
Allí se pinta el día
con los colores minerales
con que una flecha espiritual da en el blanco
de lo más bello, un poco triste, ardiendo."
Carlos Pellicer
Lizette Arditti, pintora y entrañable amiga se ha dejado seducir por los inmensos cúmulos de tierra que imponen su grandeza milenaria en el entorno del pueblo de Tepoztlán. Desde ese enamoramiento, ha establecido un diálogo con la tierra. Con ese idioma de relieves y de pájaros, de cúspides e hilos de agua, de barrancos y hendiduras, de incendios y sequías y retoños ha hecho ella un correlato cromático.
En un vaivén de trazos, en un diálogo entre su finitud y la eternidad de la tierra, mediante el acercamiento y la retirada del lienzo, entre las formas precisas y las manchas de color, como un ir y venir de oleajes, como una sincronía de ritmos entre el adentro y el afuera, Lizette, llena de fe en los efectos sanadores de la luz, ha ido recreando ese lugar en el que la fecundidad de la tierra es una promesa que se cumple. Surge así en su propio código de color y de forma, el discurso pictórico que el idioma de la tierra Tepozteca le ha ayudado a conformar. Desde sus profundidades vivenciales, Lizette Arditti, a base de horas pincel, ha logrado construir sus propias cimas, sus montañas-nubes, sus montañas-cuerpos, su tierra en movimiento, su tierra bendita, su propia tierra.
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Cristina Carpizo
LA MEMORIA AL NATURAL (FRAGMENTO)
PINTURAS DE LIZETTE ARDITTI
(…)A lo largo de casi cuarenta años de convivencia con la cadena montañosa del Tepozteco, Lizette ha dialogado con ella de muchas maneras, entre óleos, grabados y acuarelas, concentrándose a fondo en ese micro y macro cosmos, su muy peculiar y mexicano equivalente del Mont Sainte-Victoire, de Cézanne.
(...)Desde que conocí las primeras muestras de la obra de Lizette, me percaté de que eran parte de algo en constante movimiento, un camino trazado y trazable que, sin autocomplacencias, aspiraba a la evolución que sólo puede darse con una franca y casi devota disciplina de trabajo, y el aprendizaje cotidiano que ello implica; con el despojo de todo aquello que huela a la arrogancia de quien se cree genial o iluminado, y sí va ofreciendo, de manera cada vez más acusada, en cambio, una congruencia entre lo individual de un quehacer para el que uno nació y lo que obliga a éste, por fuerza ya, a insertarse en un mundo colectivo, tanto pequeño e inmediato, como enorme y, en apariencia, muy distante.
En este universo actual de instalaciones e intervenciones, de franca virtualidad artística, siempre la he ubicado como hija excéntrica y anacrónica de la tradición de Turner y Constable. Entre ambos predecesores, ha sido testigo del lado apacible y el rugiente de este mundo, naturaleza y cuerpos en contienda. Dulcifica la furia turneriana y embravece el sosiego de Constable. Nunca de modo pasivo, el arte de Lizette ha hecho emerger rocas, aguaceros, seres que se elevan y desmoronan, que modifican nuestra manera de verlos y concebirlos.
(... )Sus cielos son mares; sus mares, cielos. Su fuego es sol; su sol, montañas infernales. Su luna entre nubarrones revela un mar inexistente que inunda un valle: es presencia astral que, llena siempre, clarísima imagen de un mundo superior contra el telón de fondo oscuro de nuestra pequeñez, hace menguar nuestra percepción egocéntrica, pone en cuarto creciente la pluralidad de significados. Tanto así que el lienzo mismo parece querer cambiar de piel, nos muestra sus cicatrices encima de superficies azul cielo, índigo, rey, dirigiéndose a un lugar sin nombre, luminoso, tras las cumbres. De ese otro lado, se alza la cadena del Tepozteco en calidad de paisaje polar, mostrando su gélida personalidad de iceberg. Un ojo se ha abierto a la mitad de una escena reconocible, partiéndose al partirla en dos; una cascada de agua solar fluye a sus anchas sin quemar ni saciar, sólo pasa, como todo, diríase, para reventarnos en la cara. Mas hay algo bondadoso en la escena, algo que no nos quiere hacer daño: quiere llevarse el velo que nos ha impedido sufrir una transformación; quiere que, al regresar a nuestro quehacer cotidiano, veamos de otra manera.
Lizette habita, al pintar, una especie de duermevela fuera de foco, el espacio de una Memoria con mayúsculas donde, al distinguir claves interpretativas, se distingue: ha aprendido a no hurgar en los supuestos hechos en sí en el ámbito del mundo creativo, a no inspirarse en temas, sino a esperar revelaciones de otro orden.
La parte luminosa burbujea en todos sus cuadros. La hace crear remolinos, vórtices, que amenazan con absorbernos, pero nos dejan de este lado. Porque esa claridad salva.
Pura López Colomé
“La Voz de la Tribu” número 6 (fragmento)
De afuera hacia adentro...
“…y pudiera ser
compañero tuyo en tu deambular por los cielos,”
Oda al viento del oeste
P.B.Shelley
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Ella pinta su visión de la naturaleza.
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De su naturaleza íntima.
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Sin pretender ser descriptiva, por momentos se acerca a la figuración.
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En su obra emergen lo que parecen peñas, riscos, soles, lunas, nubes: primeros y segundos planos.
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Por que si algo conoce muy bien son las técnicas de pintura, que adapta y recrea para lograr que aparezca en el lienzo lo que está sintiendo.
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Para nuestro bien, ha pintando todos los días de su existencia.
Representando el paisaje más cercano.
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Recreando su implacable, envolvente y a veces, asombroso entorno.
Registrando solamente lo que le permite evocar.
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Discrimina la suciedad, el encono y todo lo que coarta lo etéreo.
Pinta para depurar su ambiente.
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Ha hecho de su oficio una práctica diaria, una disciplina pensada y metódica; que necesita interés, inspiración y aliño.
No desaprovecha ni el tiempo ni las oportunidades para experimentarlo todo.
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Ha podido sacarle posibilidades extra a las transparencias y a las veladuras, que en sus paisajes logran la atmosfera requerida para trasladar al espectador al territorio donde habitan sus anhelos.
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Hábil como es, Lizette Arditti nos invita a divisar los contornos agrestes del Chichinautzin y acabamos explorando con ella, su profuso universo espiritual.
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Edgar Assad Gtz.
5 de junio del 2021
Tepoztlán, Morelos
LA NUEVA NORMALIDAD
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En mi reciente visita a la casa de Lizette Arditti me encontré con un espacio pequeño, limpio y barroco, que gira alrededor de la cocina, está rodeado por un jardín y frente a un trozo rocoso de la sierra tepozteca.
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Al entrar a su casa me vino a la memoria la descripción que hizo, en 1948, Edward James, el constructor de “Las Pozas” de Xilitla, del estudio de Leonora Carrington en su departamento de la colonia Roma: “El estudio de Leonora tenía todo lo más conducente a hacerlo la verdadera matriz del verdadero arte. Extremadamente pequeño, era un cuarto mal amueblado y no muy bien iluminado. […] El lugar combinaba cocina, guardería, dormitorio, perrera y tienda de cachivaches. El desorden era apocalíptico […] Mis esperanzas y expectativas empezaron a crecer”.
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A James le llamaba mucho la atención la relación que para la Carrington tenía pintar con cocinar. A ella le parecía saludable la influencia que ejercía la comida sobre la pintura. A Lizette también le gusta mucho cocinar y tampoco establece cortes radicales entre las actividades que realiza; especialmente, cocinar, pintar, leer y pensar. El espacio está interconectado. Parece muy amueblado de una diversidad de implementos. Cáscaras de huevo montadas sobre otros objetos, con las que la artista hace interesantes texturas craqueladas, las cuales ocupan parte de una mesa tapizada de pintura chorreada. Tarros llenos de pintura, pinceles, alguna brocha, el caballete junto al refrigerador. Los muros exhiben sus innumerables pinturas pasadas y presentes, hechas sobre soportes chicos, medianos, cuadrados, redondos, rectangulares.
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En casa de la pintora encuentro a Tepoztlán por todas partes. La sierra tepozteca que ella trabaja, reconstruye y reinterpreta, está fundada en el principio establecido en el siglo pasado por artistas como el suizo Paul Klee, quien consideraba que el Arte, con mayúscula, hace visible lo invisible. La pintura de Lizette está hecha de capas de pintura y velos que distorsionan la documentación fotográfica de la naturaleza, para evitar ilustrar la montaña. Su proceso implica engañar la verdad para extraer de ella el sentido, la sensación, la certeza de que, como sostuvo René Magritte, sus montañas no son la montaña. Pero producen un sentimiento estético. Sus formas nos asombran. Son construcciones de intenso colorido y mucha textura de pintura industrial, acrílica, aplicada sobre soportes lisos y sobre papel amate. Las vetas de un material que dialogan con las pinceladas y la estructura cargada, casi desbordada de los cuadros. Sus obras conforman superficies totalmente cubiertas de sobreposiciones coloridas, en tonos cercanos a los de los muros pintados de las tumbas egipcias. Es sobre estos tumultos de color que Lizette practica todos los juegos y las técnicas pictóricas a su alcance; pero su viaje nuclear es el sfumato, actualizado por los devaneos de un pincel que no se asusta ante el inconsciente, ni tampoco entra en el melodrama; pinta una visión concreta.
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Y es que una cosa es percibir la belleza natural de nuestra espectacular sierra tepozteca y otra cosa es producir con pintura paisajes en espacios bidimensionales. Cuidar el fuego es importante, pero producirlo cambia el orden de los factores. Sigmund Freud escribió en Tótem y Tabú un párrafo esclarecedor al respecto, en el que ubica al arte de su época dentro del campo de la vieja magia, como transformador del mundo desde la otra escena, la de los sueños, de los ideales; de la necesidad de presentificar de alguna forma, las ausencias, las nostalgias y los defectos de la vida.
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La pintura de Lizette evoca artistas y técnicas paisajistas de otros tiempos y lugares. Se identifica con el pintor chino-francés Zao Wou-Ki. La ocupa el sfumato de Leonardo da Vinci, el impresionismo de Claude Monet. En especial, el juego de sus flores en el agua. Y así como Monet no es un pintor abstracto pero abstrae la luz en el núcleo de su visión, y así como William Turner, el romántico inglés que anima a las nubes y la niebla para producir obras dramáticas, Lizette juega con las veladuras de tiempos clásicos y modernos para trasmitir la alegría sensual de cubrir y fluir formas inesperadas, para esconder y exhibir el portento de la naturaleza, de otro modo.
Irene Herner
Presentación en la exposición en La Sombra del Sabino
Tepoztlán, 8 de Mayo, año de pandemia 2021.
Lizette Arditti Sirotcky
“El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que
más bien es ese mundo el que me inventó a mí.”
Leonora Carrington.
Han pasado más de 50 años desde que Lizette Arditti sintió el deseo y la convicción irrefutables que la llevaron a dedicarse plenamente a la pintura. Desde entonces hasta ahora su obra ha transcurrido a través de una imaginación que va desde sus seres queridxs, su entorno, la naturaleza, y aquella revelación que potencia todo acto creativo. Entre retratos, paisajes, y algo que podríamos denominar como abstracción orgánica, la artista recrea estéticamente un imaginario que pareciera estar allá afuera, a través de la ventana; pero que en realidad son un reflejo del adentro, del alma y del corazón que se materializan desde la contemplación hasta su aparición plástica. Un proceso que de alguna manera siempre ha encontrado formas de trastocar la realidad.
La pintura de Lizette Arditti es ante todo un transitar. A través de sus obras unx tiene que caminar, dejar que el tiempo transcurra para así descubrir personajes como hojas y flores, gotas de lluvia, o rayos de luz, que se mueven para contar una historia infinita de cambio. Y es que así es como funciona la naturaleza, entre amaneceres y atardeceres, renaciendo y transformando, reciclando y fluyendo. Es desde allí, desde ese movimiento natural, que la artista nos revela la posibilidad de atravesar montañas, árboles, ríos, y hasta incendios; de traspasar, traspasarse y trascender en la consciencia de descubrirse a sí misma siendo una con todo.
Esta exposición es un homenaje y un respetuoso y emotivo reconocimiento a una carrera artística ejemplar. Y es algo más, más allá; porque no opera con la retórica de la retrospectiva sino de la prospectiva. No veremos aquí obras agrupadas por temas o fechas en línea recta mirando hacia atrás. En su lugar, desde una curaduría deconstructiva, se presentan lecturas y asociaciones nuevas, diversas relaciones y resonancias entre las obras, hilando pequeñas historias, como páginas de un libro. Se trata aquí de abrir posibilidades estéticas para emancipar, para demostrar un quehacer artístico vivo, vigente y actual. Es algo así como descubrir, volver a ver, y mostrar apariciones imprevistas.
“Senderos traslúcidos …ayer y hoy” es además una celebración de la vida, de la naturaleza, del amor y del arte; una invitación abierta a sumarse a la causa del cuidado y la admiración. Hay mucha esperanza, más humanidad, harta ternura radical que tanta falta nos hace para liberarnos de un mundo en llamas. Hoy, durante el apocalipsis del antropoceno, vivimos temperaturas asfixiantes, sequías irreversibles, incendios, extinciones, la inminente aniquilación total de nuestra especie. Pero aquí, caminando por estos senderos traslúcidos, no es así. En este camino, no es difícil entender que el agua vale más que el dinero, que nadie se salva solx, que cooperar en lugar de competir, es la única manera de trascender. Qué diferente sería todo si en lugar de capitalizar con nuestro entorno; actuáramos como aquellos pintorxs del romanticismo, quienes ya habían advertido sobre las consecuencias de la industrialización masiva, por medio de bellísimos paisajes. La belleza, la contemplación, la armonía, y por qué no decirlo, hasta la felicidad; son en nuestros días, revolucionarias. En palabras de la artista: “La pintura para mí, es la vida.”
Antonio Outón
Subdirector de investigación
MMAC
LA PINTURA COMO UN ESTADO DEL SER​
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En la obra de la pintora mexicana pueden encontrarse fronteras entre lo abstracto y lo realista, entre lo que vemos y lo que nos habita. Una exposición reúne 132 piezas de diversos años y técnicas.
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Fue necesario mirar las nubes durante unos instantes para empezar a hablar de la obra de Lizette Arditti. Hay en la condición fugaz de estas acumulaciones de microscópicas gotas de agua y cristales de hielo una poética que se nos escapa: mirar por más de un par de minutos el cielo es recordar nuestra condición finita e inestable frente a un mundo atravesado por crisis humanas y ambientales, donde hablar de la belleza es un gesto radical. Por suerte existe la obra de la pintora mexicana para atestiguar, por un momento que puede sentirse eterno, un firmamento que es también una aparición. Aguas, mares, cielos, fuegos y troncos son algunos de los motivos que aparecen en su obra de carácter figurativo, pero transmutable hacia lo abstracto.
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Arditti (Ciudad de México, 1947) se ha dedicado a la pintura desde hace 50 años y también se desempeña como psicóloga. Sus obras, de diversos formatos y soportes, nos hablan de la naturaleza y del llamado que tenemos como humanidad para cuidar de ella. Para la artista, “el flujo de la pintura es como el flujo de la vida del ser humano”, por tanto, están intrínsecamente unidos.
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Actualmente se presenta en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano en Cuernavaca, Morelos, la exposición Senderos traslúcidos… Ayer y hoy, en la que se reúnen 132 piezas de Arditti, de diversos años y técnicas. La curaduría de esta exhibición no está pensada como una línea del tiempo, sino que agrupa las piezas como si fueran pequeños relatos que encuentran su sentido en la totalidad del espacio expositivo. Las lecturas que los espectadores pueden darle a las piezas son tan diversas como las obras mismas: es posible acercarnos a partir de la gama de colores, desde los ejes temáticos que se descubren en la repetición de imágenes, desde los soportes o incluso desde el montaje que, visto desde cierto lugar, parece dibujar los perfiles de las montañas que aparecen en las pinturas. Nuestra mirada no avanza en el espacio de manera lineal, por lo que recorrer la muestra se siente como si nos dispusiéramos a atravesar el paisaje mismo, acaso como si él nos atravesara. La contemplación aquí se vuelve un gesto activo y lúdico donde pareciera que estamos viendo una colección de recuerdos que, de tan anónimos, nos pertenecen a todos.
Lizette Arditti vive en el pueblo de Santo Domingo Ocotitlán, en Tepoztlán, desde hace muchos años. Y si bien el paisaje montañoso de este lugar está presente en sus cuadros, Arditti no pinta las imágenes tal como las mira, sino que hace un proceso de traducción a partir de memorias que se van uniendo como imágenes en diversos planos, creando metáforas y alusiones de la realidad. Para establecer una primera lectura de su obra es importante ir descubriendo las transparencias que hay en la superposición de fragmentos y las múltiples capas que habitan su pintura. Las capas de las que hablo no tienen que ver con la materia del pigmento, sino con la manera en que logra capturar las distintas tonalidades de la luz en el día y la noche a través de sucesivas aplicaciones de pintura diluida.
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Además del paisaje, hay en su obra una profunda investigación sobre el agua y sus posibilidades al contacto con la pintura, especialmente con la acuarela. Dice la pintora que “la acuarela me permitió dar un salto al vacío donde tienes que encontrar la manera de salvarte y salvar la obra. Mis acuarelas están hechas con una técnica que se llama mojado sobre mojado, donde hay que jugar con el color y aprender qué sucede en el no control de la materia. No es una meta prefijada sino un trabajo con la sorpresa”. Todo entra por su mirada pero sale transformado en su pintura, por eso es un lenguaje visual tan auténtico. A lo largo de la exposición no pude dejar de pensar en cómo estos lienzos ofrecen un momento de pausa en el caótico y voraz cotidiano en el que vivimos. Parece que al detenernos frente a ellos hacemos un acto revolucionario, como si nos atreviéramos a pausar el mundo entero, no para privarnos sino para reconectar con la idea del todo, a partir de la naturaleza.
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Hay un gesto en su manera de pintar que me llama mucho la atención y que tiene que ver con un trazo que nace de otro sitio, que no es precisamente el del retrato evidente de la naturaleza. Junto con el amor por el mundo natural y sus procesos, los retratos de su familia, la atención a los cambios de tonalidades conforme pasa el tiempo, los micro y macro acercamientos de lo que podrían ser raíces pero también montañas pero también fuegos, lunas, soles, sombras y luces, hay pinceladas que escapan a la lógica de lo figurativo para encontrar cauce en la fuerza de lo abstracto. Este acto, potente y bello al mismo tiempo, hace que sus obras permanezcan en mi imaginario y que piense en ellas cuando leo la poesía de Susana Villalba, quien cierra uno de sus textos con estos versos: “el arte de estar quieta es dar el corazón al movimiento silba el viento un eco de lo que ya anuncia mi desprendimiento ¿cantaría el agua si no me atravesara? agazapada en mí espero otro momento de la tierra: una temperatura del amor que funda hasta las piedras”. Muchas de las obras de Arditti se titulan “Agua” y un complemento: “Agua galáctica”, “Agua sinfonía”, “Agua viva”. Hay una en particular que observo y a través de la que, con mayor claridad, recuerdo la pregunta de Villalba. Pienso que la pintura de Arditti es justamente un portal entre lo que vemos y lo que nos habita.
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Sobre el devenir de la pintura, la artista está clara en que, mientras haya infantes con una cajita de crayolas, la pintura seguirá existiendo, “porque la pintura es inherente al ser humano. A un/a niño/a le es completamente sorpresivo ver que de un movimiento que él hace, sale algo más, se proyecta algo más”. Después de la experiencia de observar su obra y encontrar esas fronteras entre lo abstracto y lo realista, de sentir que las piezas nos hablan de algo nuevo, que construyen un relato donde no necesariamente lo hay, el amor hacia lo sencillo y hacia la vida misma, a través de la pintura, perdura.
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No hay un discurso que explique las piezas, aunque sí un texto de sala lúcido y sensible escrito por Antonio Outón, subdirector de investigación del museo. Pero la obra de Arditti encarna una voz colectiva que reconoce a sus maestros (en tanto reconocimiento a las escuelas de pintura), así como las enseñanzas compartidas de quienes se dedican al cuidado y contemplación de la Tierra. El acto de pintar le da la posibilidad de crear imágenes antes inexistentes mientras que el gesto de mirar su obra, como se lee en el texto de sala, nos hace “trascender en la consciencia de descubrirse a sí mismo/a siendo uno/a con todo”.
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Para la artista la pintura es vida, es un estado del ser y aquí. En esta exposición no hay más que eso: la potencia de saberse en el presente, parte fundamental de la existencia misma.
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Senderos Traslúcidos.. ayer y hoy.
Letras Libres 18 de julio 2024
Maria Olivera
Museo Morelense de Arte Contemporáneo, Cuernavaca.
CLARIDAD ENCENDIDA
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Claridad iridiscente emana de los ojos
Al posarse en el lienzo cobra vida el paisaje renovado
Los colores se deslizan en cañadas
para contemplar el misterio de la vida
El entorno se nos mueve desde adentro
La conmoción tiene su origen al contemplar aquello
que solo desea expresarse
con texturas y colores
Tintas, acuarelas, óleos
inertes cobran vida en rocas brumosas
En ese etereo, sutil, minucioso
banquete de creación
que infunde espiritu al paisaje
en el gozo de ser representado
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Elena de Hoyos